Pero más allá de un par de reproches tácticos, de recriminarle la posición de la estrella del equipo en el extremo izquierdo en lugar de la punta de ataque natural, no imaginó toparse con aquello que de forma casual encontró su curiosa mirada. En Der Stürmer, una carta de un lector, una de las secciones más populares de uno de los diarios más populares, escupía con rabia y rencor que la derrota del Nürnberg tenía explicación en el origen judío del entrenador, 'Con uno de ellos dirigiendo el equipo sólo vamos cuesta abajo', decía. No habría tenido mayor importancia si aquella misiva no hubiera estado firmada por Julius Streicher, cabecilla local de las SA, la milicia del partido nacional socialista en la Alemania de 1932.
Como tanta otra gente Konrad no le quiso dar transcendencia al hecho. El míster había sido soldado húngaro en la I Guerra Mundial, prisionero en Rusia, y sabía perfectamente que el antisemitismo en aquella Europa estaba tan extendido como un manto de nieve en el mes de Enero. Aquel Nürnberg dominador no podría revalidar el titulo que ganó el curso anterior, y que ganaría en el posterior, en 1933, resarciéndose de aquella afrenta ante los pequeños vecinos de Munich que a costa de los Rot-Schwarze ganarían su primer y único titulo oficial hasta que la generación de Beckenbauer rompiera con la modestia del Bayern.
Aquel húngaro irreverente formaba parte de la escuela que esbozó los primeros trazos del estilo magiar, un fútbol abierto, veloz y técnico que dejaba atrás los orígenes británicos más rudos y directos. Aunque sin demasiados resultados la introducción de aquel estilo en el club de referencia de aquella Alemania terca fue un soplo de aire fresco que hizo destacar al equipo de Nürnberg incluso en la derrota, extendiendo su dominio más allá de los resultados para asustar también en la forma de elaborar una tendencia futbolística desconocida en aquellos campos de hierva marchita.
La huida
Evelyn, una anciana de 84 años, es recibida en el aeropuerto de Munich por una multitud de periodistas. Esta erguida mujer de rostro arañado por el tiempo, va recordando durante el trayecto al estadio aquella ciudad de blanco y negro que conoció, recuperando los sabores de aquellas tardes en el café Privatz, en días tumultuosos con discursos callejeros que amasaban multitudes, recordando, ante las ruinas mortecinas de la Zeppelintribüne los tiempos en que aquella mole de cemento, en la que todavía se distingue la silueta del águila imperial, se levantaba como altavoz patrio de una locura. Convertido hoy en día en un monumento a la memoria de una vergüenza.
Evelyn escapó con diez años de todo aquello. Sin saber por qué, sin explicaciones, un día, su padre, la levantó de la cama a altas horas de la madrugada y junto a su familia abandonaron la ciudad, el país, y más tarde, Europa. En aquel verano de 1932 la situación política en Alemania ya amenazaba tormenta. La muerte del mariscal Hindenburg era cuestión de tiempo, y las guerras palaciegas entre Von Papen, Brüning y Hitler, que acabó con el cese del primero, estaban delineando el incendio del Bundestag, la noche de los cuchillos largos y la infamia posterior.
Aquella treta del partido Nazi desembocó en unas elecciones anticipadas que preveían ganar con aplastante mayoría – posteriormente perderían dos millones de votos, aunque no su posición en el Bundestag – y una euforia entre sus partidarios que dio pistoletazo de salida a represalias hasta aquel entonces 'habitualmente aisladas'.
Janö Konrad, un seis de Agosto de 1932, recibía una carta anónima con un billete hacía Jerusalén en su interior. Aquel era el sutil modo en que las SA advertían a sus objetivos de que serian los próximos en caer. La huida se convirtió en una odisea, de Alemania a Austria, de Austria a Hungría, de Hungría a Rumanía... una carrera entre Konrad y la expansión Nazi que encontraba pausa en los banquillos de los equipos más punteros de la región este que acabó en 1940 en el puerto de Lisboa, emprendiendo rumbo hacia América para no volver jamás. Para morir con la peor de las condenas. La que el olvido creado por la fiebre nacional socialista se había encargado de construir, borrando toda referencia de todo judío relevante que había pasado por el país. Durante 80 años Janö Konrad ni siquiera era un recuerdo, ni una triste palabra mal sonante, el hombre que revolucionó el fútbol germano en la década de los años treinta era la nada absoluta hasta que alguien abrió un cajón y encontró una papel manchado por los años.
El reconocimiento
Bern Siegler es uno de los historiadores alemanes que se encarga de la restitución del borrado que emprendió la dictadura hitleriana durante su estancia en el poder. Entre otros, ha sido el encargado de rescatar del olvido al presidente judío del Bayern, ajusticiado por el régimen, y también, de restituir la figura de Janö Konrad en el Nürnberg, concienzudamente eliminada de los libros y hemerotecas de toda la nación, como tantos otros personajes de los que gracias a las cartas que las víctimas del holocausto dejaron se tienen ligeras referencia de su existencia.
El pasado mes de Noviembre los Ultras del Nürnberg, aprovechando el derby ante el Bayern, aquel parido que 80 años atrás había abierto las hostilidades del sector intransigente de la Alemania más negra, realizaron un tifo con la efigie de Konrad para rendirle tributo. El club bávaro es uno de los más sensibilizados en la lucha por recuperar la memoria histórica, precisamente, por su instrumentalización durante la dictadura, tiene abierto un museo donde repara la imagen de todos aquellos personajes que vistieron su camiseta y que fueron ultrajados simplemente por su religión, etnia, o ideas políticas.
Dos meses después, tras un parón de treinta días, la vieja dama invitó a la única de las tres hijas de Konrad que todavía viven para homenajear a su familia. Evelyn junto a Bernd Siegler, han tenido mucho que ver que en este personaje, que imaginó al mejor Nürnberg de la historia, abandonara el fondo de un cajón y apareciera de la oscuridad para ocupar el lugar en la memoria colectiva de los aficionados alemanes que la locura le había privado.
En el viejo gimnasio, entre aquellas paredes de cemento oxidado y pistas levantadas por los años, todavía se conservan los despachos que un día ocuparon los gerentes de las disciplinas deportivas que aglutinaba el manto del FCN bajo sus siglas. En el mismo lugar donde aquella mañana de Marzo a Janö Konrad se le heló el alma al leer la carta de un perro nazi, ahora , cuelga una foto donde se le ve levantando la Bundesliga mientras dibuja una pose orgullosa y una sonrisa feliz. En aquellas paredes todavía humea el café caliente como remedio al frío, mientras la prensa del día se confunde con hojas repletas de estadísticas, alineaciones y tablas de ejercicios, pero en su despacho, ya no reposa sus huesos el míster húngaro, sino del entrenador del equipo reserva, el forjador de talentos futuros que nutran al primer equipo de materia prima que hagan algún día revivir aquellos tiempos en los que la vieja dama dominaba el fútbol alemán jugando a la húngara.
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