6 ene 2011

Alemania se reinventa.

Como especias que dan un toque de sabor a un plato tradicional. Así son los estadios que dotan de personalidad e impregnan de alma a los clubes poseedores, y al futbol al que pertenecen. Alemania es un caso especial. De forma gradual, ha ido perdiendo sus referentes arquitectónicos, sus catedrales futbolísticas, para dar paso a modernos arenas que han despojado de esa seña de identidad que viste de aristócrata al deporte rey.

Casi como reliquias, como viejas pirámides que dan testimonio de tiempos pasados resisten apenas un puñado de estadios en todo el país. El Westfalen en Dortmund parece el único “condenado” a persistir en el tiempo como una muestra del pasado, un referente al tradicionalismo perdido en la Bundesliga. El Millerntor en Hamburgo, coqueto estadio de estructura maderera, cercano al río Elba, ha sucumbido a la dictadura modernista. El ascenso del club y el nuevo brío adquirido en esta nueva etapa, han demolido la tradición para dejar paso a un nuevo recinto, alzado sobre los cimientos del antiguo. En el Palatinado, la coqueta caja de cerillas del Mainz, resite a duras penas al paso del tiempo, clamando ya por una redención que se antoja imposible.

El antiguo Fritz-Walter Stadion es historia. O no, según se mire. El remodelado estadio es un híbrido entre lo nuevo y lo viejo, pero sin esta seña distintiva que nos ofrecía aquel coqueto recinto de los 90 que nos dejó ver a uno de los mejores Lauterns desde la generación de Berna. El Weser Stadion vive sus últimos meses antes de oficializar su defunción. Las obras de acondicionamiento han acabado con la vieja estructura, y van a dotar de una nueva piel al recinto que le dará una imagen futurista y ecológica, convirtiéndose en un estadio energéticamente autosuficiente. En Stuttgart pasaron del Neckar al Gottlieb-Daimler, para ver nacer en el próximo año al Mercedes-Benz Arena, que al igual que en Bremen, impregnará de una nueva imagen acorde al nuevo siglo al antiguo estadio olímpico.

La segunda división se ha convertido en un refugio, ese pequeño tarro de esencias, que nos deleita con estadios que nos hace recordar la gloria de tiempos pasados. En Aachen, Düsseldorf, Augsburgo e Inglostadt los tiempos modernos llegaron con el cambio de década. Solo el Schüco-Arena de Bielefeld y el Trolli Stadion de Fürth permanecen como impolutos guardianes de viejas glorias. En Duisburgo, prostituido con reformas recientes, el actual Schauinsland-Resen intenta engañarnos haciéndose pasar por el histórico WedauStadion.

Sin delicadeza, y con aparente frialdad, el futbol alemán en apenas 10 años ha perdido sus grandes templos, aquellos que nos hacían recordar en el Bökelberg a Gunter Netzer y Berti Vogts , artífices de una época y arquitectos de un estilo de juego que convirtieron al equipo nacional en el absoluto dominador del fútbol de selecciones en los 70. O aquel VolksparkStadion donde pudimos ver a Kevin Keegan y Félix Magath golear por 5-0 al Real Madrid y conseguir para Alemania otra copa de Europa. Nuevos tiempos y nuevos estadios, que tendrán que escribir su propia historia y dotar de personalidad a este siglo que todavía anda en pañales.

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