Han sido diez días espectaculares. Aprovechando las vacaciones de pascua tuve la ocasión de perderme por la ciudad de Hamburgo, vieja conocida de la infancia y ciudad a la que no había regresado dese el verano de 1999, con apenas 16 años. En lo futbolistico no tuve demasiada suerte, fui a parar en el peor momento de forma del HSV, y aunque a priori un derbi ante el Hannover puede parecer atractivo, la realidad es que lo más interesante del encuentro sucedió tras su finalización.
Un 96 que no gana un partido desde la muerte de Robert Enke, y un HSV que en el ultimo més apenas ha sido capaz de obtener una pírrica victoria, lo que le ha llevado a perder su cómoda cuarta plaza y ya es superado por Dortmund y Werder en la clasificación, con lo cual, a día de hoy, el HSV está fuera de puestos europeos.
El botellazo de Paolo Guerrero a un aficionado puede resultar chocante. Pero el pobre hombre que recibió el impacto de la botella, que sentará en un juzgado al jugador, pues la fiscalia ha abierto una causa civil por agresión, se ha convertido en el rostro de la corriente de desesperación que el delantero del HSV ha cosechado durante toda su estancia en la ciudad portuaria. Y no es para menos, Guerrero es el típico jugador castigado por la grada por su tremenda torpeza en los momentos claves de un encuentro.
Atouba, ex-lateral del HSV, sabe muy bien como se las gasta el Nordbank Arena cuando se le agota la paciencia, pues en un echo sin precedentes hace cuatro temporadas, la grada expulsó al lateral africano del campo, obligando a su entrenador a sustituirlo, tras cometer tres errores garrafales que le costaron a su equipo un penalti y dos goles en contra. Su retirada del campo, aunque no fue violenta con ningún espectador, la realizó dedicando gestos obscenos al público.
100 mil euros de multa por parte del club. 20 mil euros, una suspensión de cinco encuentros por parte de la liga y una vista judicial prevista para finales de Abril. Esa son las consecuencias que tendrá que soportar el jugador por perder los papeles ante un espectador.
Se puede decir que Guerrero es la típica promesa del fútbol que se quedó en el camino. Sus inicios en el Bayern fueron espectaculares, un jugador criado en la cantera bávara que irrumpió con fuerza en el Olímpico de Munich. Los minutos de los que disfrutó de la mano de Otmar Hitfield primero y Magath después, hacían pensar en que seria un goleador temible, como así lo atestiguaban la relación de minutos jugados con el Bayern y los goles marcados. Su llegada a Hamburgo, pues formó parte de la operación de traspaso de Van Buyten al Bayern, no le sentó nada bien.
El peruano necesita una media de 10 ocasiones de gol para convertir uno. Es todo un espectáculo ver al delantero progresar con éxito en todas las facetas del juego, hasta llegar al momento clave, donde sorprendentemente, siempre erra, ya sea en el uno contra uno, a portería vacía, o por no alcanzar a rematar un balón que se pasea ante la linea de gol sin más oposición que el aire. Parecía que Bruno Labaddia había conseguido resucitar al joven Guerrero, pues los inicios de campeonato, tanto por parte del jugador como del equipo en sí, fueron más que positivos.
Posiblemente, este incidente, pueda suponer la salida de Paolo del club a final de temporada. Y no será el único, todos los objetivos apuntan a Labaddia. Este incidente no hace más que poner de manifiesto el nerviosismo existente en el club y en la ciudad con el equipo. Quizá se marcaron metas demasiado exigentes en pasado verano, y no se esté sabiendo digerir el fracaso. La realidad es que al HSV a pesar de contar un muy buen once titular, joven y no falto de calidad, tiene carencias severas en puestos claves.
Jarolim y Ze Roberto son demasiado veteranos para aguantar toda una temporada a buen ritmo, su rendimiento es fabuloso cuando no arrastran demasiados minutos a sus espaldas, la sobre-explotación del eje del equipo junto con la inexistencia de un banquillo de garantías, hacen que temporada tras temporada al HSV las ligas se les hagan demasiado largas, pues en los últimos tiempos, siempre pierden lo conseguido durante el año en los últimos dos meses de competición debido a su escasa profundidad de banquillo.
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