25 nov 2011

Una condena llamada estilo.

Allá iba él, saltando com un loco, tirando agua con la botella a todo aquel que se cruzara en su camino, para acabar afeitándose la cabeza ante las cámaras de todas las tv del país. Dante estaba exultante, el líder del equipo, el guerrillero que mantuvo viva la moral de la tropa en los peores momentos, radiaba alegría, emoción. Su equipo acababa de conseguir la permanencia tras destrozar al Bochum en el partido de vuelta de la promoción. Aquel júbilo que brillaba en la calva del brasileño se había ido gestando tras aguantar durante muchos meses derrotas frustrantes y victorias que parecían seguras, pero que siempre escapaban.

Hoy, casi nueve meses después, la reconciliación con el fútbol sigue viviendo horas dulces en el corazón del Rin. Tanto aquella batalla como este sueño imposible han llegado de la mano de Lucien Favre, el perfil de entrenador más anti-Gladbach de todos los anti-Gladbachs. Hasta su llegada, el equipo del Borussia Park a pesar de contar con un roster resultón, pero aun así de media tabla, había sobrevivido a duras penas durante dos años consecutivos a la quema del descenso. Era cuestión de orgullo, de estilo. Irrenunciable. Y si para ello habia que contratar una y otra vez a los mismos entrenadores de siempre, se hacia, aquella forma de jugar que nos dejó para la historia victorias épicas en Munich y títulos sonados en las vitrinas no iba a dejar de aplicarse simplemente porque este equipo en lugar de contar con Günter Netzer se las tuviera que apañar con Thorben Marx.

Una tozudez impuesta por dogmas caducos y verdades estultas que han pintado de números rojos el hasta hace no mucho impoluto historial de una institución centenaria. Fue el miedo quien debió de abrir los ojos a aquel comité de sabios que dirige con mano de hierro la instutición, o quizá, ese pragmatismo casi genético que reside no se sabe muy bien por qué en el dirigente germano. La cuestión es que hace nueve meses el Borussia Mönchengladbach renunció a su estilo, a su inamovible estilo, a ese que a pesar de ser verdad absoluta, le estaba costando la categoría, y vivir años de descensos ignominiosos. ! Traición !

Ahora los potros comandados por el general suizo corren igual que antes, pero lo hacen como un equipo, no como pollos sin cabeza. Su juego de tiralíneas y de ataque kamikaze ha dejado paso a un fútbol menos elaborado pero más efectivo, y su juego interior, igual de veloz, se ha convertido en eficaz, un rango que hacia décadas que no se alcanzaba. El bochorno defensivo ha dejado paso a centrales con las espaldas cubiertas, y los esquizofrénicos laterales, se han transformado en irrefutables guardianes de las puertas del castillo. Se juega al fútbol, los jugadores crecen en lugar de involucionar, y hasta se gana. ! Qué cosas !

La calidad es la misma, la plantilla corta o larga, sigue siendo igual, y el presupuesto en fichajes no ha variado ni un ápice respecto a los últimos cinco años. Pero ahora, el Gladbach, juega a ese fútbol que hasta hace poco era considerado hereje, y le da, de vez en cuando, por vestirse de líder. Su pijama será de color gris, sin estampados, y no quedaría muy fashion en una revista de moda. Pero el invento abriga, es cómodo, y cumple su función. Antes, el estilo, dejaba al Gladbach de farolillo rojo. Ahora, el anti-estilo, le permite soñar con volver a Europa.. mínimo.

Y todo esto lo ha conseguido un Suizo ajeno al dogma prusiano. Ni es holandés, ni vive obnubilado por el fútbol total de Rinus Michels. La liberación ha llegado al Bökelberg.

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