6 jun 2011

Fútbol entre bombas.

En algún momento durante el periodo de tiempo que transcurre entre 1943 y 1945 el FC Viena cayó derrotado por 10-4 ante el Hagiborg-Theresienstädter. Seria un resultado anécdotico de no tratarse de dos “clubes” pertenecientes a la liga de fútbol de Terezin, uno de los campos de concentración más sanguinarios levantados por el régimen nazi en la Europa del este. Recientemente el periodista Martin Krauss y el escritor húngaro Imre Keretész - premio nobel en 2002 y superviviente de Auschwitz - han destapado a través de un extenso articulo publicado en el magazine alemán 11Freunde la existencia de campeonatos de fútbol organizados por los presos recluidos en los campos de exterminio. Un espacio de libertad que convivió de forma tenebrosa con la misma muerte. Ya que en en el campo polaco el terreno de juego se construyó al lado de los crematorios, incluso, como relata la historiadora judia Veronika Sprignamm en uno de sus diarios personales: “se disputaban partidos mientras caían sobre nuestras cabezas las cenizas de cientos de compañeros.” Un sorprendente relato que nos deja ver la necesidad del ser humano de encontrar reductos de normalidad en situaciones extremas con los que poder sentirse libre, evadirse de la constante tragedia, aunque sea de forma efímera.

Estas ligas se extendieron por todo el mapa del terror, en algunos campos, competían entre si guardias contra cocineros, trabajadores de la cantera contra el grupo de médicos que “rescataron” los oficiales de las SS para disfrute personal. Tanto en Matthausen, campo de concentración con abrumadora mayoría de presos políticos, como en Machau, los equipos se organizaron por nacionalidades, a especie de mundialito, donde los republicanos españoles vieron extrapoladas en el terreno de juego sus enemistades con el sector católico-polaco. El furor fue enorme según nos desvelan cientos de testimonios rescatados de diarios personales y cartas encontradas en los archivos históricos del holocausto. Algunos incluso hablan de asistencias de más de tres mil espectadores. Una muestra del arraigo de las ligas entre los reclusos es la creación del “Rim-Rim-Rim” un diario deportivo clandestino redactado por niños-fantasma de Terezin, que vivían ocultos al recuento oficial, como tan magníficamente nos mostró Roberto Benigni en la “Vida es Bella.” Aunque la escasez de papel y las dificultades de la empresa solo hicieron posible la edición de seis ejemplares durante todo un año.

Estos campeonatos tenían una doble función, durante la disputa de los partidos era el único momento en el que los presos de distintos puntos de un mismo campo podían verse, intercambiar información, material, y noticias, un complejo sistema de apuestas basadas en el trueque llegó a generar toda una industria entre los reclusos que ayudaron a salvar más de una vida. Si por algo se caracterizó el régimen nazi fue por su temible cinismo. Vista la popularidad entre los reclusos estos partidos fueron filmados por las cámaras del ministerio de propaganda y utilizados pertinentemente para acallar en Europa , y en el propio Reich, los incipientes rumores del exterminio judío, que cómo ilustró Costa-Gavras en “Amén” era algo más que sabido por las jerarquías eclesiásticas y por los gobiernos europeos, que no hicieron más que mirar hacia otro lado ante el problema Judío, cogiéndose como clavo ardiendo a cualquier comunicado propagandístico lanzado por el gobierno alemán para justificar su postura inmovilista: “vean que felices viven, hasta juegan al fútbol entre risas y jolgorio” era el mensaje utilizado en las cintas distribuidas por el ministerio de Goebbels.

Premios nobel, músicos, afamados actores...nadie se libró de los campos de concentración. Fridtjof Nansen , hijo del conocido Fridtjof Nansen, premio Nobel de la Paz en 1920, relató con especial detalle en uno de sus diarios la sempiterna actitud cínica de los oficiales de las SS ante el pequeño reducto de normalidad que suponían los partidos de fútbol. Según cuenta llegaron a ordenar la construcción de tribunas para disfrute de las autoridades, que llegaban a amenazar y disparar a los jugadores durante la disputa de los encuentros como acicate para no hacerles perder sumas dineraria en las apuestas que habían realizado previamente. “En una ocasión dos guardias transportaban en una carretilla un cadáver, tras depositarlo en una pira, les prendieron fuego. Acto seguido se sentaron a presenciar el partido de fútbol mientras el olor a carne quemada invadía el campo” Este es uno de los fragmentos más duros rescatados por Martin Krauss e Imre Keretész de las notas escritas por Nansen Junior.

El fútbol no fue ajeno a la guerra.

Quizá las historias más conocidas sean la de los jugadores del Dynamo de Kiev que prefirieron morir a dejarse perder por orden de un equipo integrado por soldados alemanes. O la dramática historia de Matthias Sindelar, capitán del Austria de Viena, que se suicidó junto a su mujer para evitar ser capturado por el régimen nazi. Pero también existen historias de persecución y tragedia en el lado contrario. Las autoridades alemanas utilizaron a sus deportistas más afamados como gancho para aumentar el reclutamiento entre la población más joven, estrellas futbolisticas del momento fueron enviadas al frente como un solado más, encontrando su tumba entre las trincheras, sin opción a elegir, de negarse su destino habría sido igual de trágico. Bien sabe de ello el ya extinto FV Zuffenhausen cuya mayoría de integrantes perdieron la vida en el frente ruso, dando pie a Robert Schlienz, superviviente de Stalingrado, a poder fichar por el Stuttgart una vez acabada la guerra, y convertirse así en el mejor jugador alemán de la posguerra. Otro club marcado por el conflicto fue el Unión Saint-Gilloise, el gran club belga de todos los tiempos, de origen judío, que acabó con todos sus integrantes en campos de exterminio. Tras la creación del estado de Israel se quedó sin clase dirigente ni masa social debido al éxodo de al nuevo estado, a pesar de ello, y de su letargo por la segunda y tercera división, fue el club belga con más títulos hasta mediados de los 90.

Nunca deja de sorprender el carácter balsámico que llega a tener el fútbol en periodos de tragedia, ya sea colectiva o personal. En plenos bombardeos soviéticos sobre Berlín, se aprovechaban los escasos altos el fuego para disputar partidos de fútbol en el estadio Olímpico, y aunque pueda parecer lo contrario, registraba llenos históricos para ver a 22 temerosos y hambrientos hombres jugar un “derby” sin nada más que ofrecer al publico que escasos 90 minutos de paz y normalidad, una vía de escape para templar sus miedos y olvidarse por un momento del ruido de las bombas y de sus heridas en el alma. El fútbol, a veces, es tan insignificante como enorme es su grandeza.

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